De repente sin haberlo previsto, ni siquiera pensarlo estamos aquí, abriendo una nueva ventana al mundo, un nuevo portal. Mostrando una manera de vivir alternativa, una manera de vivir diferente, la cual muchas veces he odiado, de la cual muchas veces he querido escapar y buscar otra cosa, pero nunca pude, siempre quise que esto no fuera así, pero me resultó imposible.
El otoño a llegado a la sierra, las hojas caen, los colores se vuelven cada vez más granates, más rojizos, amarillentos, es algo precioso de ver, cada día cambia. Casi todos los días recorro en coche el mismo trayecto, la Hoz de Beteta, y cada día esta diferente, y es como un poco ilógico, o quizás mágico, el cambio tan grande que hay en los colores, texturas e incluso energía, en tan pocas horas de diferencia.
Siempre pensamos que la naturaleza esta igual, que es la misma, que no cambia, es decir, si un día vas a un paseo, piensas que vas a ver todos los días lo mismo, y no, no es así, el otoño hace que me de cuenta de que la naturaleza es dinámica, y mucho, hay veces que por nuestras limitaciones no nos damos cuenta, pero ahora o en primavera lo podemos ver, es distinta, cambia, como nosotros.
Desde hace un tiempo, vengo notando en las personas, y más aún en mi misma, como esto que les pasa a la vegetación de donde vivo, nos pasa también. Esta estación nos prepara para el invierno, para el frío absoluto, para la introspección pura, es como una invitación a volver a nuestro interior, a volver a casa, a sentir el calorcito de nuestra alma, a recolectarnos con quien realmente somos, después de muchos meses de sol y de exposición.
Y es que aquí en la sierra eso pasa a marchas forzadas, de repente los pueblos, se vacían, la gente se va a las ciudades, ya no te encuentras a tanta gente por la calle, ni escuchas tanto alboroto, de repente oscurece antes, los olores a chimenea inundan las calles vacías, y eso también es duro, creo que la gente que vive aquí necesita un periodo de adaptación, un impas para aceptar lo que viene, lo que va a ser, para aclimatarse al duro invierno. Por eso noto a la gente rara e incluso a mí misma, es como una mezcla entre tristeza y deseo y melancolía de estar abrazada en el sofá con una manta y un buen libro, la chimenea de fondo y música modo paz.